Gritó ¡despacito que duele!... El tiempo me enseñó que dolería, pero no tuvo la paciencia de que fuera despacito. Se fue de un tajo matándome de golpe sin mancharse los labios. Desde entonces sigo despejando dudas, sin recordar mi nombre.
Abrió mi puerta, nos besamos y cerré. Jamás volvieron a verme de camino hacia tu barrio. Ya tenía suficiente perdiéndome en las maravillas de ese cuerpo. Y cerré con llaves, con clavos.